domingo, 27 de marzo de 2011

Al borde de la guerra nuclear...

Bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki
"Hace 38 años, en agosto de 1945, Hiroshima y Nagasaki padecieron un ataque atómico. La humanidad sufrió entonces, sin comprender enteramente su significado, un cambio tan decisivo que modificó para siempre la concepción clásica de la guerra y la paz.
Jamás a lo largo de siglos de violencia y esperanza, el hombre había afrontado en términos de realidad científica, la posibilidad de la autodestrucción (...).
Los arsenales nucleares almacenan, en términos de ojivas estratégicas o convencionales, el equivalente a 800.000 bombas de Hiroshima. La guerra ya no es la política por otro camino: es la vía hacia la destrucción irreprimible y en cadena que arranca de la creencia de que se puede alcanzar una victoria militar, sin considerar los medios que se emplearan para obtenerla. Es decir un planteamiento que en el fondo ignora las consecuencias finales de las decisiones (...)
En la peligorsa falacia contemporánea se sostiene que es posible limitar una guerra nuclear y que puede haber un vencedor si este ha alcanzado la superioridad. Es indispensable, pues, combatir una proposición que  sigue entendiendo la Era Nuclear desde los presupuestos militares y técnicos de la Edad de la Pólvora. Ese es el mayor problema conceptual para los gobiernos contemporáneos, y principalmente para las superpotencias.

La carrera hacia la muerte...
La ciudad de Hiroshima luego de la explosión nuclear causada por la bomba.
La carrera armamentista nuclear se abrió el mismo día  en que Harry Truman, el 6 de agosto de 1945, anunciaba a los oficiales de la tripulación del buque que le conducía de la Conferencia de Postdam a los Estados Unidos, en medio de una euforia trágica, el estallido de la bomba de Hiroshima. Aquella tripulación creyó entonces, como parecen creer hoy muchos líderes, que se trataba solo de un arma infinitamente más potente que todas las conocidas. No podían prever que se trataba de la posibilidad de destruir el planeta mismo.
Años más tarde en 1955 Albert Einstein y Bertrand Russell firmaron un manifiesto advirtiendo el grave peligro de la proliferación nuclear. Las grandes potencias ignoraron, sin embargo, el documento, pese a que estuvo apoyado por la presencia de los más destacados científicos de ese tiempo: Max Born, Percy Birdgman, Frederic Joliot-Curie, Herman Muller, Linus Pauling, Cecil Powell, Hideki Yukawa etc.
Los firmantes del manifiesto señalaron que "en una futura guerra mundial las armas atómicas serían empleadas y que estas armas amenazaban la existencia de la humanidad", y pidieron a los gobiernos que apoyaran todas las medidas pacíficas para solucionar los conflictos.
El dinamismo del proceso, el acelerado impulso científico-tecnológico, permitió quemar las etapas que condujeron de la bomba A a la bomba H. Con ello se hizo evidente que la proliferación sería el eslabón inevitable de una doctrina armamentista en verdad incompatible, además, con el supuesto de la hegemonía.

Un mundo dividido?
La división esquemática, reduccionista e insuficiente del Mundo en Norte y Sur, unas veces y en Este y Oeste otras, paraliza intelectualmente la empresa histórica de la paz. Cuando hablamos de un mundo dividido en Norte y Sur eludimos las categorías esenciales del problema, olvidamos que la condición fundamental de nuestro tiempo es la interdependencia y que el factor mismo de la explotación, en el cuadro de la división internacional del trabajo, hace inviable, por la interrelación de los fenómenos, la división quirúrgica simplista enajenante de Norte-Sur.
De la misma forma es igualmente falsa la pretensión de explicar el mundo desde la visión unilateral Este-Oeste. Esa interpretación arranca de igual suerte de una negación de lo evidente: que tanto al Este como al Oeste los pueblos aspiran a un cambio filosófico y moral que haga posible una vida humana fundada en el dialogo de las civilizaciones y en el fin de los dogmatismos.

Advertencia de peligro nuclear.
Contra la visión idílica..
(...) El problema no consiste, ni consistirá nunca, en trasladar los 700.000 o 750.000 millones de dólares dedicados a los ejércitos en 1982 a los pueblos pobres. El problema consiste, en definitiva en liberar la ciencia y la economía de un desarrollo patológico que implica necesariamente, la violencia y la opresión, es decir, la expansión militar y la negación de la vía pacífica como medio natural del progreso y la libertad.
El desarme es un inmenso proceso de liberación que, en la biología de los fenómenos sociales, adquirirá el carácter de mutación política y social a escala universal (...).

Armas o diálogo.
Estamos al borde de un precipicio nuclear. Es indispensable por ello mismo la adopción de medidas inmediatas; la primera corresponde a la prohibición absoluta de las experiencias termonucleares. Se estima que entre 1945 y 1982 se han realizado 1.385 pruebas atómicas, pese a que se había acordado, en principio su progresiva extinción (..)
Con la prohibición de los ensayos nucleares, es indispensable llegar al congelamiento total, sin más esperas, de las armas nucleares existentes. El pretexto de la paridad deja abierta la puerta de una permanente carrera que no se cerrará, en ningún caso, si no se ha establecido antes la decisión de modificar los supuestos básicos de la crisis: que la ciencia y la tecnología han transformado la producción de las armas estratégicas nucleares en simple mercancía, lo que trae consigo su proliferación, como en el caso de cualquier otra mercancía. Es lo más relevante de la realidad de nuestros días. (...)

Proponemos el cambio de una economía de guerra a una economía de paz, librando al mundo de la extinción nuclear. Por el sendero del armamentismo, lo ejércitos han perdido su legítima naturaleza de defensores de los derechos soberanos de las naciones, para convertirse en ejércitos esencialmente ofensivos. Se ha vuelto a tiempos, supuestamente superados, en los cuales los breves períodos de paz servían a los pueblos para prepararse lo mejor posible para la guerra.
Pero hoy... ni siquiera el recurso de las alianzas puede asegurar a ninguno de los bloques la superioridad apetecida, ni a sus aliados la protección buscada. En su pugna por la hegemonía mundial, las superpotencias solo persiguen el resguardo de sus intereses. No tienen aliados. Tienen servidores. Y a un servidor se le elimina si así conviene (...).

Todos vencidos...
Aunque admitiéramos la eventualidad de un equilibrio armado de los bloques, ¿que papel quedaría a las naciones restantes? Solamente apuntalar ese equilibrio con el sacrificio indefinido de sus pueblos. Esa situación sería insostenible y conduciría a la guerra, impulsada por quienes creen en una victoria, no importa lo que cueste.(...) Hoy en día una bomba de un solo megatón arrojada sobre la ciudad de Nueva York ocasionaría instantaneamente la muerte de 1.050.000 personas en un área de 113 km cuadrados, y de ahí a 18 km produciría quemaduras en seres que necesitarían asistencia inmediata para sobrevivir. La URSS sería en minutos gravemente dañada.(...)
Nunca como ahora la necesidad de impedir la guerra se ha hecho más urgente, como tampoco nunca ha requerido un mayor esfuerzo colectivo. Hay que buscar una paz no inspirada por el miedo mutuo de las grandes potencias, sino la fundada en el entendimiento recíproco de todas las naciones, porque no tenemos derecho a dar muerte a la esperanza".

"No exageran quienes, con autoridad bastante, pronostican que en una guerra futura no habrá vencedores. Todos seremos vencidos".
Por: Luis Echeverría.
Fuente: El País (Madrid) 2 de octubre de 1983.
Luis Echeverría es director del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, de México y vicepresidente del Consejo Mundial de la Paz. Ex presidente de México.

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