El misterioso final de un Caudillo.
Diego Alfonso Mas, Dibujo sobre papel preparado. |
"Fue en setiembre de 1850 y como Artigas era muy viejito y estaba muy enfermo, los paraguayos decidieron llevarlo a la capital, Asunción, para poder cuidarlo mejor. Pero ese hombre terco y luchador, a quien poco antes un visitante había descrito como "un monumento histórico en ruinas", no quería irse de la pequeña parcela de tierra que había trabajado con sus propias manos durante tantos años."En aquellos tiempos las personas morían jóvenes. a los cuarenta y cinco años ya se estaba casi al final de la existencia. Artigas resultó un personaje fuera de lo común hasta en eso, ya que murió a una edad que incluso ahora se considera muy avanzada: ochenta y seis años.
Ese hombre, que había atravesado ríos y batallas, que había visto morir a muchos amigos y enemigos, ahora enfrentaba su última pelea y quizá por eso, antes de cerrar los ojos para siempre, pidió que le trajeran su caballo: "No puedo morir en la cama", dicen que dijo.
Y es una cuestión que sorprende a muchos, el misterio de treinta años de silencio: Artigas, el gran jefe de los orientales, murió lejos, en el exilio, y nunca quiso regresar a su suelo. Ni siquiera cuando le mostraron la Constitución del recién nacido Uruguay ni cuando uno de sus hijos viajó especialmente a Paraguay para pedirle que volviera.
Pero se sabe, en cambio, por qué se fue a Paraguay y qué sucedió allí.
En los últimos meses de la Patria Vieja, mientras se seguía repartiendo tierras, ricos comerciantes, hacendados o simplemente personas que tenían ideas diferentes, continuaban estando en contra del gobierno de ese caudillo que vivía en un campamento con todos esos gauchos pobres.
Mientras tanto en Buenos Aires, que no podía vencer al ejército federal de las provincias ni al de los orientales, decidió ofrecerle otra vez la Banda a los portugueses. Muy pronto la nueva invasión estuvo lista y alguno incluso llegaría a decir que con ella, finalmente "Artigas dejará de molestar".
Entonces, un poderoso ejército de más de veinte mil hombres, que marchaban en tres grandes columnas, fue enviado por Portugal. Una de las columnas, comandada por Carlos Federico Lecor, tenía diez mil soldados y avanzó directamente hacia Montevideo.
La ciudad era en ese tiempo un hervidero de discusiones y reuniones secretas. Había muchas personas a las que esa cosa nueva que todos fueran iguales no les gustaba; otros añoraban los tiempos en que los españoles eran gobierno; algunos apoyaban a Buenos Aires y había quienes creían que todo marcharía mejor con un gobierno portugués. Así se preparaba el final de la Patria Vieja.
En la Banda Oriental los seguidores de Artigas estaban en desventaja ante los portugueses. Se lanzaron al combate y sufrieron derrota tras derrota; el propio Artigas fue derrotado en la batalla de Morumbé y Fructuoso Rivera en India Muerta. El fin se acercaba.
Finalmente los portugueses entraron en Montevideo. Con Lecor al frente, el ejército cruzó la puerta de la Ciudadela y muchísima gente salió a la calle para saludarlos como a salvadores. Como agradecimiento los habitantes de Montevideo, Lecor recibió las llaves de la ciudad.
Sin apoyo y sin dinero, Artigas comenzó a quedarse sin jefes y sin soldados. Algunos fueron capturados por los portugueses y otros decidieron apoyar al invasor o desertar. Hubo también quienes se pasaron a Buenos Aires llevándose consigo muchos soldados y pensando en continuar la revolución desde allí.
Artigas, que había prometido seguir peleando aunque sólo fuera con perros cimarrones, finalmente se quedó nada más que con una tropa de indios de Misiones. Fue con ellos con quienes peleó contra los portugueses en Tacuarembó Chico, su última batalla.
La sangre de los indios que apoyaron al jefe de los orientales hasta el final manchó las pasturas de Tacuarembó: Artigas fue derrotado una vez más.
Mientras esto sucedía, las provincias y Buenos Aires firmaban la paz. Posteriormente Buenos Aires le ofreció tropas al caudillo de Entre Ríos, Pancho Ramírez, para pelear contra Artigas.
Así, perseguido por Buenos Aires, por los portugueses y por los soldados de Entre Ríos, repudiado por Montevideo y sin soldados, Artigas decidió abandonar la pelea. A los cincuenta y seis años, con apenas unos pocos hombres, se internó en Paraguay. Ni siquiera sabemos si tenía nuevos planes.
Su fama era tan grande que generaba temor incluso en ese país. Por las dudas, el dictador Gaspar de Francia lo tuvo preso por un tiempo y le prohibió cualquier actividad política o militar. Pero luego le dio a él y a sus hombres unas chacras para trabajar y vivir. También le otorgó una pensión mensual de dinero, que según relatos de la época, Artigas regalaba en gran parte a los pobres labradores de la zona.
El gobierno de Entre Ríos reclamó al dictador Francia que le entregara a Artigas para enjuiciarlo y fusilarlo, pero el gobernante paraguayo ni siquiera les contestó.
En Montevideo, Buenos Aires y Entre Ríos se hablaba entonces de Artigas como de "un tirano sangriento" o "un bandido" (...).
Ajenos a eso, Artigas y su amigo Ansina, un negro libre que fue el más leal de todos, pasaron más de veinte años trabajando la tierra. (...) Murió lejos de su hogar, pobre y casi solo".
Tomado de "El país de las cercanías" de Roy Berocay.
Alumnas: Pamela Castro, Daniela Elizalde y Valentina Blanco; Grupo 3ro2 del Liceo Ramón Goday, Casupá.
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