martes, 28 de junio de 2011

Anécdotas y testimonios en la crisis del Uruguay liberal y el período dictatorial (1973-1985).

"Los Cuentos de la Picada son básicamente una recopilación de anécdotas que circularon -en tiempos de la dictadura- dentro de los penales de Punta Carretas, Punta Rieles y Libertad. Apuntan a rescatar el uso del humor como instrumento de solidaridad, como artefacto defensivo grupal, como gualicho o antídoto en contra las penas...
Grande, Castagnin.
Terminada la picada de zanahorias, el Negrito y el Viejo fueron a buscar las papas a la "pelada". Cuando llegaron, arrastrando los canastos de metal, el Negrito venía contando de un picado de fútbol, tres contra tres, en el patiecito del Penal de Punta Rieles. En aquel partido el "Santa" Romero y el Pedro Dubra habían olvidado por un momento el escenario y casi se agarran a las piñas por un fue o no fue mano, ante la mirada sorprendida de los milicos de la torreta que por las dudas empezaron a apuntarnos con los fusiles.
-¿Pero cómo en Punta de Rieles? ¿Dónde están las mujeres? Que...¿ahora nos vas a inventar que estuvieron con las compañeras?- preguntó el Sapo que había pescado al vuelo las últimas palabras.
-Claro que no, estuvimos antes que ellas, unos meses, desde que nos sacaron de Punta Carretas hasta que nos trasladaron a Libertad. Recién después le dieron el destino de cárcel de mujeres.
Elbio Ferrario (dibujos realizados en los primeros años de prisión 1972-1973).
"Es más, como sabíamos que las iban a traer apenas nos fuéramos, les dejamos cartitas por todos lados, tipo "Vamo`arriba, ánimo compañeras", pero por lo que se nunca las encontraron; parece que apenas nos flautearon los milicos hicieron un operativo limpieza y no dejaron ni el rastro.
-Alguien me dijo que antes de que lo usaran para los presos políticos, todo el complejo era de los curas, y empezaron a llevar los primeros compañeros en los tiempos de las Medidas Prontas de Seguridad- dijo el Viejo.
-Lo seguro- aseveró el Negrito- es que el edificio no fue construido para cárcel; era demasiado cómodo en su versión original, demasiado lindo como para tener el destino de alojar pichis. Después, de algún mal modo, a lo milico, lo adaptaron. A mi me dijeron lo mismo que a vos, que allí funcionaba una especie de internado de curas, un lugar de seminarios, de retiro, de reclusión. Se ve que a los milicos le gustó eso de la reclusión y allá fueron y desplegaron sus rutinas: pusieron rejas, alambrados, torretas artilladas por todos lados. Pintaron de blanco todo lo que se quedaba quieto (paredes, vallas, tronco de árboles y mástiles de banderas) y de verde todo lo que era capaz de movimiento (camiones, jeeps, milicos y otros enseres).
"Lo metamorfosearon y luego, sin decidirse a pintarnos ni de blanco ni de verde, nos metieron adentro.
"Hay que reconocerles que tenían la capacidad, la creatividad de transformar en cárcel casi cualquier cosa, desde un aljibe a un ómnibus, desde una heladera a una cancha de básquetbol.
"Igual, pese al esmero y la práctica, las celdas mostraban su origen de dormitorios normales, a pesar de la puerta y la ventana enrejadas, de que habían quitado los tomacorrientes, de que siempre estaban los guardias en el pasillo. Claro que uno podía suponer que en su origen, aquellos cuartos estaban diseñados para una o dos personas, pero los ocupábamos amontonados, en grupos de ocho.
"Una de las huellas de su estado original era que la ventana conservaba en un costado, la caja de mecanismo de una cortina de enrollar, claro que sin la cinta, porque habían sacado la madera de la cortina y se habían conformado para impedirnos ver hacia afuera, con pintar la cara externa del vidrio de blanco. En ese hueco del mecanismo de enrollar teníamos escondida una radio Spica (a "transistores", se decía entonces), que resultaba ser la de funcionamiento mas caro del Uruguay, porque los soldados rasos de las guardias nos vendían las pilas a un precio que era para procesarlos a ellos por chorros, por aprovechadores, por sacar ventaja de nuestra situación de desinformados.
"A la hora de los informativos de la tarde hacíamos todo un operativo combinado para obstaculizar la visión desde el pasillo. Esto quiere decir que el gordo Benigno Torres, con el pretexto de hablar con Pedro Dubra o Pablo Harari, paraba su enorme humanidad en la puerta mientras con el flaco Jorge Thot sacábamos la Spica de su escondite y tratábamos, ansiosos, de saber como iban las cosas.
"Era pleno 1972, afuera la situación estaba más complicada y lo que escuchábamos en realidad era como nuestros compañeros iban cayendo, como morían a veces, como algunos pocos lograban escapar. Hasta los ecos de la negra traición de Amodio oímos en aquella Spica, sin que pudiéramos creer del todo lo que estábamos escuchando.
"Uno de esos días, en pleno intento de sintonía, sonaron todas las alarmas. Quiero decir nuestras alarmas: "¡Insolina! ¡Viene una requisa, rápido!"
"A las apuradas, nerviosos, con los dedos repentinamente torpes, metimos la radio en la cajita de la pared, atornillamos la tapita y nos hicimos los distraídos.
"Pero no era una requisa; era un cambio de celda. A los milicos les entraba una especie de paranoia que les hacía pensar que si estábamos mucho tiempo en una celda podríamos inventar "alguna cosa rara" y entonces, dos por tres, intercambiaban los contenidos de las celdas -como quien acomoda los estantes de un placard.
"Preparábamos nuestros ataditos, juntábamos las pertenencias y allá nos mudábamos, todos para la habitación de enfrente. En el camino nos cruzábamos con los otros desalojados que hacían el camino inverso, pero no nos dejaban hablar con ellos, no fuera de que les pasáramos el dato de que había una radio portátil escondida en la pared.
"El petiso Castagnin, electricista de profesión, era uno de los mudados. Tranquilo el petiso, hombre previsor. Cuando llegó a su nueva morada, después de que la puerta como el tango, se cerró detrás de él, se puso a acomodar las pocas pertenencias. Ese era el momento en el que uno se daba cuenta de que se había dejado algo por el camino, un cepillo de dientes, una birome, los bichitos de la yoca, algo.
"El petiso, pensando en calentar agua para tomar unos mates, buscó y encontró el zum, pero no ese pequeño artefacto que se pone entre el portalámparas y la bombilla para poder enchufarlo, ese toma doble que algunos llaman "Victoria". No lo dudó, se arrimó a la reja de la puerta, se prendió con las dos manos de los barrotes y nos gritó: "¡Compañeros, miren que la Victoria es nuestra!".
"Fue el primer curso de semiótica que comenzó con castigo. Por más que alegó haber sido mal interpretado, le obligaron a cavar un enorme agujero -futuro pozo negro- en el cual, cuando terminó, entraba entero".
Walter Phillipps-Treby (preso político desde 1970 a 1984. Actualmente se desempeña como Psicólogo y es docente en la Facultad de Psicología en la Cátedra libre de Ética y Derechos Humanos).


Tomado de: Cuadernos de la Historia Reciente, 1968 Uruguay 1985. Testimonios, entrevistas, documentos e imágenes inéditas del Uruguay autoritario. Número 3. Ediciones de la Banda Oriental, setiembre del 2007.

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