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domingo, 12 de junio de 2011

La Revolución Rusa.

La Revolución que lo cambió todo...
En esta primera y breve entrega les dejo dos extractos de los historiadores más destacados en este tema: Marc Ferro y Edward H. Carr.


"Febrero. Estalla la revolución más violenta de todos los tiempos. En unas semanas la sociedad se deshace de todos sus dirigentes: el monarca y sus hombres de leyes, la policía y sus sacerdotes, los propietarios y los funcionarios, los oficiales y los amos. No hay ciudadano que no se sienta libre, libre de decidir en cada momento su conducta y su porvenir. Como lo habían anunciado los vates de la revolución, se iniciaba una nueva era en la historia de los hombres.
Surgió entonces, de lo más profundo de todas las Rusias un inmenso grito de esperanza: en él se mezclaba la voz de todos los desdichados, de todos los humillados. Revelaron estos sus sufrimientos, sus ilusiones, sus sueños. Y, como en una ensoñación, vivieron unos momentos verdaderamente inolvidables. (...)
Nadie soñó jamás con una revolución así. Ni siquiera los sacerdotes de la misma, los bolcheviques, que se armaron de paciencia ante las reacciones del pueblo. 
A Lenin, este naufragio le satisfacía. A su regreso a Rusia, hace caso omiso a las opiniones de los socialistas; era preciso acabar con la antigua sociedad, y así lo expresa en sus Tesis de Abril:
"Hay que suprimir el Ejército, la policía, los funcionarios. Paz inmediata.
Todo el poder a los soviets..."
Hubo de convencer primero a los miembros de su propio partido, de que la política del justo medio era una estupidez; no era el papel de los bolcheviques jugar al árbitro entre la sociedad y las instituciones; tenían que colocarse a la cabeza de las masas, crear otras instituciones. Debieron transcurrir ocho meses de revolución para que Lenin convenciera a sus compañeros de la validez de esta enseñanza de Marx; para que la acción del partido no quedara rezagada de la sociedad; para que octubre aceptara el reto de febrero.
"Entre febrero y octubre, la oleada de la revolución crecía como la de un torrente, nada podíamos hacer, ni detenerla y conducirla". Este testimonio de Kerenski es válido para los políticos y los militantes de todos los partidos.
Los "cinco días".
Todo empezó con las manifestaciones de mujeres que, pasándose por alto las divergencias entre mencheviques, bolcheviques y SR (socialistas revolucionarios), decidieron desfilar por las calles de Petesburgo. Manifestación que pronto creció con la presencia de obreros despedidos a raíz de las huelgas. Pero todos estaban de buen humor; los cosacos patrullaban, y los manifestantes les hacían señales amistosas; sorprendía la pasividad de la policía. En realidad las autoridades no tomaron en serio la manifestación:¿no eran acaso mujeres las que la encabezaban?
El segundo día, las mujeres obreras decidieron manifestarse por los barrios burgueses. Arrastraron con ellas a los hombres y el mayor número posible de gente. En esta ocasión la policía ocupaba su puesto para impedir que los manifestantes cruzaran los puentes de Neva. Sin tenerla en cuenta, pasaron el río caminando sobre el hielo, enarbolando la bandera roja y cantando la Marsellesa.
Al tercer día los bolcheviques fueron los principales organizadores de huelgas y manifestaciones. A las ocho de la mañana una inmensa muchedumbre estaba en pie y fueron arrancados los carteles que invitaban a la población a guardar calma. La policía se mostró más huraña. Se notaba la diferencia con los cosacos: ¡Hurra! les gritaban, y los policías caracoleaban junto a la muchedumbre como si quisieran protegerla.
A las 15 horas de ese 25 de febrero, en la plaza Znamenskaja, un orador arengó a los manifestantes. Dispérsense!, gritó la policía. Nadie se movió. Un policía a caballo apuntó entonces su arma hacia el orador; la muchedumbre se puso a chillar. De repente en medio de una nube de nieve y de polvo, surgió un cosaco y le dio un sablazo al policía a caballo.
El incidente dejó estupefacta a la muchedumbre. En el gobierno este hecho desencadena la alerta, y el ministro del interior amenaza con disover la Duma y detener a su presidente. Pero la situación estuvo marcada por el telegrama inesperado de Nicolás II, en el frente de batalla en aquel entonces:
"Ordeno que a partir de mañana cesen en la capital el desorden, que en modo alguno se puede tolerar en esta hora grave de la guerra", firmado Nicolás (zar de Rusia). 
El cuarto día era Domingo y la ciudad se despertó más tarde de lo corriente. Ya de pie, se encontró con los soldados en los puestos de combate. La muchedumbre se aproximaba, les hablaba amistosamente, y ellos respondían; los oficiales redoblaban las ordenes para interrumpir el diálogo, pero este empezaba de nuevo con otros manifestantes. El mando sentía desfallecer su autoridad. Y cuando uno de los oficiales del regimiento Volynski dio la orden: ¡Disparen!, ¡Fuego!, los soldados, por acuerdo tácito dispararon al aire.
¡Apunten a corazón, cada uno a su turno, que lo vea! chillaba el oficial. Corría entre la tropa, tomaba el fusil de uno y de otro, disparaba el mismo.... De repente la ametralladora de una unidad de oficiales que apuntaba a la muchedumbre, empezó a disparar y la sangre de los obreros puso roja la nieve de la explanada.
Hubo cuarenta muertos y cuarenta heridos aquel día en la plaza. En el centro de la ciudad hubo más de ciento cincuenta muertos.
Un poder paralelo...
Los militantes de todas las tendencias se reúnen, comentan los acontecimientos con pasión: el comportamiento de los cosacos, la represión, la actitud de la Duma que dirigió al Zar súplicas de alarma. Los representantes de las organizaciones clandestinas (bolcheviques e izquierda de los SR) reprochan a Kerenski su exaltación y su entusiasmo... y parece que él es el único en creer que la Revolución ha comenzado.
Al quinto día los manifestantes ni se imaginaban que, como decía Trotski, habían realizado las nueve décimas partes del recorrido. Ignoraban que durante la noche la fiebre había conquistado los cuarteles y que los soldados, lívidos de cólera, habían jurado que nunca más dispararían contra el pueblo. Encarcelaron a sus oficiales y en la mañana del 27 se lanzaron a la calle confraternizando con los manifestantes que encontraban.
Entretanto, de la muchedumbre delirante se había desgajado un reducido núcleo de militantes que entraron en la Duma y tomaron decisiones, como en 1905, para constituir un soviet.
Quienes llevaban la voz cantante eran todos mencheviques, también habían socialistas revolucionarios, miembros de los sindicatos y del Movimiento cooperativo.
Aquella misma noche en que se alertó a los delegados de todas las fábricas, el soviet de los diputados de Petesburgo se constituyó oficialmente y lanzó un llamamiento a todas las Rusias. Lo hacía a través de su órgano, Izvestia, cuyo primer número se publica ese mismo día".
Tomado de: La Revolución Rusa, Marc Ferro.
.... o "doble poder".
"La revolución de febrero de 1917 trajo de vuelta a Petrogrado, desde Siberia y desde el exilio en el exterior, a una multitud de revolucionarios anteriormente proscritos. La mayoría de estos pertenecían a una de las dos ramas -bolchevique y menchevique- del Partido Obrero Socialdemócrata, o al Partido Socialista Revolucionario (SR), y encontraron una plataforma ya dispuesta en el soviet de Petrogrado. El soviet era en cierto sentido un rival del Gobierno Provisional establecido por los partidos constitucionales en la antigua Duma; la expresión "doble poder" fue acuñada para describir esta ambigua situación. El esquema histórico de Marx postulaba dos revoluciones distintas y sucesivas, la burguesa y la socialista. Los miembros del soviet, con pocas excepciones, se contentaban con reconocer en los acontecimientos de febrero la revolución burguesa rusa, que establecería un régimen democrático-burgués según el modelo occidental, y posponían la revolución socialista a una fecha futura, aún indeterminada. La cooperación con el Gobierno Provisional era la conclusión de este punto de vista, que compartían  los dos primeros dirigentes bocheviques que regresaron a Petrogrado: Kamenev y Stalin.
La llegada de Lenin a Petrogrado a comienzos de abril, hizo añicos este precario compromiso. Lenin, casi en solitario, desde un primer momento atacó la suposición de que el cataclismo que estaba teniendo lugar en Rusia fuera una revolución burguesa y nada más. Lo que siguió al colapso de la autocracia no fue tanto una bifurcación de la autoridad (el "doble poder") como una total dispersión de esta. El sentimiento común a obreros y campesinos, a la vasta mayoría de la población, era de un inmenso alivio ante el alejamiento de un íncubo monstruoso, sentimiento que venía acompañado de un profundo deseo de conducir sus propios asuntos a su manera. Se trataba de un movimiento de masas inspirado por una ola de inmenso entusiasmo y por visiones utópicas de la emancipación de la humanidad de las cadenas de un poder remoto y despótico, y que no estaba interesado en los principios occidentales de democracia parlamentaria y gobierno constitucional proclamados por el Gobierno Provisional. Por toda Rusia se extendieron los soviets locales de obreros y campesinos. Los comités obreros de fábrica se atribuyeron el ejercicio exclusivo de la autoridad en su campo. Los campesinos se apoderaron de la tierra y la repartieron entre ellos. Todo lo demás se eclipsaba ante la demanda de paz, de poner fin a los horrores de una guerra sangrienta y sin sentido. En el frente, los ejércitos abandonaron las duras imposiciones de la disciplina militar, y lentamente comenzaron a desintegrarse.
El Gobierno Provisional y los soviets no eran aliados, sino antagonistas que representaban a clases diferentes. El objetivo a la vista (según Lenin) no era una república parlamentaria, sino "una república de los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos pobres de todo el país, de abajo a arriba". A lo largo de las vicisitudes del verano de 1917, Lenin consiguió gradualmente la adhesión de los seguidores de su partido a este programa. El avance en los soviets fue más lento.
Mientras el prestigio y la autoridad del Gobierno Provisional se desvanecían, la influencia de los bolcheviques en las fábricas y en el ejército crecía; y en julio el Gobierno Provisional decidió proceder contra ellos bajo la acusación de que realizaban propaganda subversiva  en el ejército y actuaban como agentes alemanes. Varios dirigentes fueron detenidos. Lenin huyó a Finlandia, desde donde mantuvo correspondencia regular con el comité central del partido, que ahora trabajaba desde la clandestinidad en Petrogrado.
Edward H. Carr: La Revolución Rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1929. 

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