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jueves, 16 de junio de 2011

La Perla de las Antillas: Cuba.

"José María Heredia (1803-1839) fue el primer poeta revolucionario de Cuba y, al decir de los críticos, el más grande poeta hispanoamericano de su tiempo. A los 18 años de edad conspiró por la independencia de su patria en la Sociedad "Soles y Rayos de Bolivar" y al ser descubierta la misma tuvo que huir de Cuba y radicarse en México".
Tomamos el siguiente extracto del poema "Himno del desterrado".

Vale más a la espada enemiga
presentar el impávido pecho,
que yacer de dolor en un lecho
y mil muertes muriendo sufrir.
................................
¡Cuba! al fin te verás libre y pura
como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores le sirvan,
del tirano es inútil la saña
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.


Pedro Figueredo, poeta bayamés y mártir de la independencia, compone las siguientes estrofas en 1867, que posteriormente serán el Himno de Cuba.
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria es vivir.
En cadenas vivir, es vivir
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas, valientes, corred!


De José Martí, Apóstol de Cuba y América, extractos del ensayo "Nuestra América".
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
(...) Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

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